En septiembre de 1936, la Generalitat de Catalunya promulgó un primer decreto con instrucciones específicas para proteger a la población civil de los ataques aéreos. Después del primer bombardeo de Barcelona, en junio de 1937, se fundaron las Juntas de Defensa Pasiva de Cataluña. Sus funciones eran crear una red de refugios, divulgar entre la población las medidas preventivas para protegerse en caso de bombardeo, organizar el servicio de alarma, la asistencia, el servicio de bomberos, la brigada de desescombro y la señalización de los refugios, entre otros. En octubre del mismo año, se constituyó la Junta de Defensa Pasiva Local en Granollers, presidida por el alcalde.
En Granollers, ya desde el inicio de la guerra, las autoridades se habían planteado la conveniencia de construir refugios. Inicialmente se preveían tres: en el norte, en el centro y en el sur de la ciudad. Pero el elevado coste que significaba, además de la consideración que tendría poca utilidad, hizo que se desestimara un primer proyecto y se buscaron alternativas menos costosas y más rápidas de construir. Se utilizaron los sótanos de casas particulares y de las fabricas para habilitar refugios y se aprovecharon algunos espacios, como el colector que se estaba construyendo en la actual calle Lluís Companys.
Sin embargo, cuando en 1938 Granollers sufrió el bombardeo, prácticamente no había ningún refugio acabado. Parece ser que sólo era útil el de la calle Valencia. No fue hasta después del bombardeo que se intensificó la construcción. La mayoría de colectivos vinculados a la construcción trabajaron en los refugios hasta pocos días antes de la entrada de las tropas franquistas en la ciudad.
La falta de recursos materiales y económicos representaba una dificultad importante a la hora de afrontar la construcción de una red de refugios en Granollers. Por eso, se tomaron una serie de medidas encaminadas a obtener los recursos necesarios para llevar a cabo las obras: pedir subvenciones a la Junta de Defensa Pasiva de Cataluña, confiscar el material de las tejerías y particulares, o bien utilizar los ingresos extraordinarios del ayuntamiento. También se movilizaron los hombres de entre 15 y 55 años y se dictaron órdenes que declaraban prioritario el trabajo en los refugios antes que el desescombro de los edificios derribados por el bombardeo.
A final de enero de 1939, cuando las tropas franquistas estaban a punto de entrar en la ciudad, mucha gente pasó unos cuantos días encerrados en los refugios, bajo los bombardeos de la aviación al servicio de Franco.
¿Cómo eran los refugios?
Los manuales de la Junta de Defensa Pasiva proponían una tipología de refugios que fueran rápidos y sencillos de construir. En general, se proyectaron teniendo en cuenta el peso de las bombas: a más peso hacía falta mayor profundidad o bien la cobertura de una losa de hormigón. La realidad, sin embargo, era que la resistencia de los refugios estaba directamente relacionada con la cantidad de recursos materiales y económicos que se hubieran podido emplear en su construcción.
En los refugios proyectados durante la segunda etapa de la guerra, cuando los ataques aéreos sobre las ciudades se convirtieron en una práctica frecuente y la gente se tenía que resguardar durante horas o días seguidos, se previó dotarlos de unos servicios básicos mínimos, como alumbrado eléctrico, chimeneas de ventilación natural o artificial para renovar el aire, bancos para sentarse e instalaciones higiénicas y sanitarias.
La mayoría de los refugios que conocemos en la ciudad son del tipo galería. Se trata de túneles excavados en forma de zigzag para atenuar los efectos de las bombas, con pequeños espacios más amplios que servían para distribuir mejor a la gente. Disponían de dos aberturas para facilitar los accesos y la evacuación. También se construyó al menos uno de tipo celular, el de la Plaza Maluquer i Salvador, distribuido en pequeños compartimentos comunicados entre sí que daban a un pasillo común, más ancho que los del tipo galería.
El acceso al interior de los refugios se hacía por medio de escaleras de obra, con uno o dos ángulos para evitar la entrada de la metralla y la onda explosiva. Los accesos estaban protegidos con pequeños pabellones de cubierta inclinada para desviar la trayectoria de la bomba y evitar la entrada del agua de la lluvia. Las paredes tenían que estar revestidas y cubiertas con bóveda, pero muchos de ellos no se acabaron y todavía hay tramos de galerías tan sólo excavadas en la tierra.